En Maón vivía un hombre de la familia de Caleb. Se llamaba Nabal, y era muy rico, pues tenía propiedades en Carmel y era dueño de tres mil ovejas y mil cabras. Pero también era muy grosero y maleducado. En cambio su esposa, que se llamaba Abigail, era una mujer muy inteligente y hermosa
Abigail estaba casada con un hombre rico y debe haber gozado de los beneficios de un estilo de vida opulento, pero su esposo rico, Nabal, era tonto, descontrolado y cruel.
Abigail era la encargada de una gran casa (habitantes y sirvientes). Tenía muchos siervos quienes confiaban en ella y la seguían. Uno de ellos le cuenta cómo Nabal ha insultado a David, y le informa del peligro que ahora enfrentan. Los siervos de Abigail, hombres y mujeres, rápidamente le ayudan en su plan decisivo para aplacar la ira de David.
Abigail no solo fue inteligente, sino también valiente. Hubiera sido una hazaña enfrentar a David y cuatrocientos de sus hombres que habían sido insultados y estaban decididos a vengarse con sus espadas en mano. Sin embargo, Abigail se acercó a David y, con gran diplomacia, y humildemente le ofreció una “ofrenda de paz”. Ella proveyó abundancia de alimentos para David y sus hombres. Su rápida acción salvo a su casa del desastre y retuvo a David y a sus hombres de provocar un derramamiento de sangre innecesario.
Ella no se somete a la estupidez de su marido, pero es sumisa en el sentido de protegerlo a él y sus intereses. Toma la iniciativa cuando él es incapaz. Ella fue sabia y fiel. Está dispuesta a actuar, e incluso se disculpa por su comportamiento grosero.
El desafío de Abigail era aprender a vivir en paz con su mezquino esposo y a la vez mantener su integridad y fortaleza de carácter. Para ello, tuvo que aprender a ser prudente en sus palabras y acciones para lograr los mejores resultados.
Estamos llamadas a ser mujeres sabias, valientes y respetuosas, pero no pasivas, tomar la iniciativa cuando los demás no pueden hacerlo.